Cristina Ortiz Manzo
De todos los territorios del noroeste novohispano, la península de Baja California constituyó uno de los casos más peculiares, en lo que se refiere a una tardía colonización por parte de la corona española; dicha singularidad radicó, primeramente, en la aridez del suelo provocada por la escasez de lluvias y ríos, que mermó profundamente el surgimiento de la agricultura (base fundamental para el desarrollo y subsistencia de cualquier población); en segundo término, resaltó el aislamiento geográfico provocado por el golfo de California, que hizo más difíciles las relaciones con la contracosta continental en el traslado de bienes y personas. Por último, también pesó el desconocimiento (en las primeras avanzadas de la conquista española) de la existencia de minas que estimularan el interés de aventureros y colonos para establecerse en esa región, llamada desde su descubrimiento California, aunque durante la Colonia fue común que este nombre se usara en plural, es decir, las Californias. De ese modo, se tiene que todos estos factores incidieron considerablemente en el tardío surgimiento de un mercado en la región.
Por otra parte, como ha explicado Trejo, la península quedó insertada en la dinámica particular de la zona noroeste, que desde finales del siglo XVIII comenzó a presenciar un desarrollo de la actividad marí- timo-comercial, con la expansión comercial de las naciones manufactureras.
El presente libro trata sobre la formación del mercado de Baja California hasta la Revolución Mexicana, particularmente en cómo fue que dicho acontecimiento afectó el flujo comercial y sus medios de pago. Conviene especificar que no se pretendió extender nuestro periodo de estudio a las fechas más remotas de la península de Baja California, más bien, este esfuerzo obedeció a la intención de lograr una vista panorámica, que permitiera entender más profundamente el lento surgimiento e integración de un mercado regional.
Se parte desde la instalación del régimen jesuítico en 1697, por identificar que fue en ese momento cuando se instauraron las primeras actividades econó- micas en la región y, también, porque fue a partir de ese año que comenzó la ocupación y transformación de un territorio con características contrarias a la colonización, pero que, poco a poco, se fue haciendo más habitable gracias a la perseverancia de los misioneros. A ese primer triunfo jesuita se hubo de sumar el arribo de colonos civiles que se establecieron y comenzaron a practicar algunas actividades privadas, que permitirían más tarde el surgimiento del mercado en la región.
Posteriormente, durante la primera mitad del siglo XIX, Baja California manifestó cambios en el terreno económico y político. Aunque conviene aclarar que dicha economía mantuvo las bases de la economía privada instaurada desde los tiempos de las misiones jesuitas. Por su parte, durante las primeras décadas de ese siglo se comenzó a presentar un incremento de la población, la cual continuó practicando mayormente la pesquería de perlas, la minería y la actividad ranchera. Del mismo modo, se incrementó el comercio marítimo entre Baja California y los puertos de la contracosta, pertenecientes a Sonora y Sinaloa, permitiendo un mayor abasto de mercancías para la población peninsular; de allí que surgieran puntos importantes de intercambio, como fue el caso de La Paz, habilitado como puerto de cabotaje y después como puerto de altura. En ese flujo de mercancías, no obstante, se hizo evidente la escasez de moneda, que provocó se continuara una práctica común en el territorio: el trueque para el intercambio de mercancías. Se sabe que durante ese periodo, la lejanía de Baja California de las casas de la moneda, ocasionó que las transacciones de compra venta y crédito de la incipiente actividad mercantil en la región, fueran atendidas con diversos títulos de pago. Trejo afirma que el uso de la moneda en esas transacciones era poco frecuente; para sustituir a la moneda se recurrió a otros medios: trueque, libranza, crédito, etcétera. Parece que en ocasiones se usó la moneda, pero no siempre la mexicana sino cualquiera, como en el resto del país, ya que no había un sistema uniforme y universal; en esta zona hubo monedas de cuño español y extranjero.
Después de la guerra con los Estados Unidos, al restablecerse los límites de la frontera (sin haber aún un tratado de delimitación territorial), la península mantuvo sus antiguos vínculos mercantiles con lo que comenzó a ser considerado el sur de los Estados Unidos; algunos historiadores como Guillén establecen que el mercado de Baja California se consolidó por su integración a la red mercantil del golfo de Cortés, llamado también “El triángulo de oro del golfo de California”, el cual estaba formado por Mazatlán, Guaymas y La Paz. En este nuevo panorama, las actividades económicas manifestaron un desarrollo considerable y, naturalmente, mejoró el flujo de los medios de pago.
A fines del siglo, la política de fomento, característica de la época porfirista, se extendió a esa región logrando modernizar el mercado. Todas esas condiciones permitieron que la economía continuara utilizando la diversidad de pagos y, a su vez, el reclamo de signos monetarios se fue extendiendo. Es pertinente destacar en este punto, que tales signos monetarios en su mayoría fueron acaparados por los principales comerciantes. La diversidad de medios de pago quedó asentada en ese lapso, y continuó incluso en los albores del siglo XX; sin embargo, para la estabilidad de su conservación era necesario que no se alterara.
papel moneda revolucionario por las facciones en pugna, ocasionaron un desajuste del mercado peninsular (comercio) y la desaparición de los medios de pago; de ese modo, el movimiento armado trajo consigo la circulación de diversos tipos de papel moneda revolucionario; el incremento de precios en los bienes y artículos de consumo; y, el acaparamiento realizado por parte de los comerciantes. Todos estos factores generaron a su vez desconfianza y pánico entre la población. No obstante, los distintos jefes revolucionarios implementaron una serie de medidas conducentes a frenar ese desorden.
En 1925, la escena económica del Distrito Sur de Baja California, con la llegada de los gobiernos posrevolucionarios y sus políticas económicas (encaminadas al saneamiento de las finanzas y la Administración Pública), comenzó a mostrar cierta estabilidad después de varios años de caos, ocurridos en el marco de la Revolución Mexicana.
El presente trabajo servirá para enriquecer la bibliografía existente acerca de Baja California Sur, pero, sobre todo, la referente a la historia económica del siglo XX, aunque cabe señalar que no obstante el esfuerzo de síntesis realizado en este trabajo, existen aún muchas interrogantes pendientes, así como lagunas por sondar, aunque se confía en que éstas servirán para futuras investigaciones y nuevos planteamientos sobre el tema.
La presente obra está dividida en dos partes. La primera, es un estado del conocimiento sobre las aportaciones de diferentes estudiosos que han abarcado la formación, expansión y modernización del mercado de Baja California (1697-1909).
En el primer capítulo de la primera parte, se habla de cómo los factores geográficos e históricos incidieron en la lenta formación del mercado de Baja California. Partiendo desde la instauración del régimen jesuítico y el posterior surgimiento de las actividades privadas. También se toca la expulsión de los jesuitas y el impacto que tuvieron las reformas borbónicas en Baja California, la cuales tuvieron el fin de integrar económicamente la región al resto del Virreinato.
El segundo capítulo trata lo referente al surgimiento y expansión del mercado en Baja California durante la primera mitad del siglo XIX, en el cual las actividades privadas mostraron cambios significativos; con ello, se presentó un mejoramiento de los instrumentos utilizados en el proceso mercantil. También se aborda el tema de la organización política de dicho territorio, pues, naturalmente, el mejoramiento económico no pudo estar desligado de una mayor eficiencia en la gestión de gobierno. Finalmente, este capítulo concluye con el impacto de la invasión estadounidense y de las incursiones filibusteras en el nuevo panorama económico que se presentó en la región.
El capítulo tercero, por su parte, abarca lo referente a los cambios económicos en la región, principalmente en el último cuarto del siglo XIX, con la instauración del Porfiriato y la inversión económica realizada, que a su vez mejoró el sistema de pagos y el flujo comercial por medio de más y mejores transportes. Asimismo, en este capítulo se habla de las empresas y empresarios más importantes que tuvieron una participación significativa en los sucesos posteriores que sacudieron al país.
La segunda parte del trabajo se refiere al impacto de la Revolución Mexicana en la desarticulación parcial del mercado de Baja California, especialmente en el ramo del comercio, con la consecuente circulación de papel moneda revolucionario. También, aborda el proceso de transición entre una estrategia económica de guerra a una de reactivación económica, que comenzaron a instaurar los gobiernos posrevolucionarios y que finalmente logró la rearticulación del mercado en Baja California.
El cuarto capítulo de esta segunda parte se refiere a lo ocurrido con el sistema monetario del Distrito Sur durante la década del movimiento armado, y sobre cómo la circulación de billetes y papel moneda revolucionario afectó al mercado regional; del mismo modo, se analiza el peso que tuvo el control de “los dineros” en el resultado de la Revolución y el triunfo del carrancismo, estableciendo un estimado de la cantidad de papel moneda que circuló en la región, e identificando los tipos de moneda, así como quiénes fueron los emisores.
En el último capítulo se habla de las medidas conducentes, tomadas en el Distrito Sur de Baja California, de acuerdo con la política de reconstrucción económica del país; asimismo, se explica la aguda crisis económica a la que se enfrentaron los tres gobiernos carrancistas de Urbano Angulo, Enrique Moreno y Manuel Mezta referentes a las actividades económicas, la reorganización de la Administración Pública y la rearticulación del mercado (comercio y medios de pago); finalmente, se establece la relación del gobierno emanado de la Revolución con los grupos económicos locales bajo el obregonato.
Por último, de gran utilidad fueron los archivos revisados para la elaboración de la presente obra; por la gran riqueza de su acervo destaca la consulta del Archivo Histórico Pablo L. Martínez (AHPLM), de la ciudad de La Paz, Baja California Sur, referente a los materiales documentales Revolución Mexicana y Regímenes Revolucionarios; de no menor importancia fue el Archivo General de la Nación (AGN), de la ciudad de México, en Periodo Revolucionario y Archivo ObregónCalles, así como la base digital de la Biblioteca Nacional de México, de la ciudad de México.
En dichos acervos se consultaron diversas fuentes económicas, como registros de la Subcomisaría de Hacienda de la Baja California, la Aduana Marítima de La Paz, la Administración de la Renta del Timbre, las cuentas municipales, telegramas y circulares de la Jefatura Política del Distrito Sur de la Baja California, y el Diario Oficial de la Federación, entre otras instancias, que sirvieron enormemente para saber el estado hacendario que guardaba el Distrito Sur; cabe mencionar que algunos documentos, como los presupuestos de egresos aprobados para el Distrito Sur, presentaron una discontinuidad, lo que impidió reflejar un patrón de comportamiento económico más preciso. De igual manera, se encontraron billetes y vales revolucionarios que dan cuenta de los medios de pago utilizados dentro del mercado del Distrito Sur de la Baja California. Finalmente, destaca la correspondencia personal de los personajes sudcalifornianos implicados en el proceso revolucionario, así como algunos periódicos de la época.
Otras fuentes de invaluable utilidad fueron las actas de sesiones de los distintos ayuntamientos, y los decretos emitidos por los jefes políticos, para comprobar el grado de ejecución de la política económica de reconstrucción, planeada por los gobiernos posrevolucionarios.
Expreso mi gratitud a todas aquellas personas que hicieron posible la publicación del presente libro. En primer lugar, quiero agradecer a la maestra Elizabeth Acosta Mendía, directora del Archivo Histórico Pablo L. Martínez, por su invaluable apoyo, continua asesoría y, sobre todo, por creer en este proyecto. De igual manera agradezco a la licenciada Elsa de la Paz Esquivel Amador, directora general del Instituto Sudcaliforniano de Cultura, por el voto de confianza para que este libro se materializara. No de menor importancia, quiero agradecer al profesor Juan Cuauhtémoc Murillo, coordinador de Vinculación y Fomento Editorial, por todas las atenciones recibidas durante el proceso de publicación. Doy también gracias a la doctora Leonor Ludlow por sus anotaciones y precisiones brindadas durante esos tres años y sin las que, en muchos momentos, no hubiera sabido qué hacer. Por último, he de dar las gracias a los empleados del Archivo Histórico Pablo L. Martínez (AHPLM), por toda la amabilidad y consideración que siempre me brindaron durante aquellas horas que estuve en sus salas. No puedo terminar esta parte sin reconocer el enorme apoyo recibido por parte de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México por el enriqueciemiento académico alcanzado durante mi estadía como estudiante.